El 31 de marzo, falleció Raúl Alfonsín, el primer Presidente luego del golpe militar de 1976.
Desde este humilde espacio, quiero homenajearlo.
Su figura es un ejemplo de honestidad y fraternidad.
Más allá de su lado público, que es fácil de encontrar en cualquier biografía, quisiera explicar lo que sentí en estos días, como argentino, como ciudadano.
Pasé por su casa el día lunes, porque sentía la obligación de darle mi respeto, de darle fuerzas en su última batalla. A los pocos minutos que llegué, informaron que había fallecido. Lo que siguió fue una suma de tristezas y euforias encontradas, vecinos que empezaron a llegar, gente común, que recordaba la figura de Alfonsín. Todo era repentino, triste.
Al día siguiente, el velatorio en el Congreso, miles de personas pudieron darle su último adiós. Veremos alguna vez algo semejante? No era un acto partidario, los ciudadanos se acercaban porque así lo sentían, porque querían despedirse del ícono de la Democracia. Debo admitir que las palabras que más se escuchaban tenían que ver con lo que él encarnó: Consenso, diálogo, paz, unión en el pueblo. Y eso era lo que reclamaban para estos tiempos difíciles.
Jamás olvidaré el paisaje de su despedida: las calles repletas de gente, no solo acompañanado el féretro a pie -que fue velado con honores presidenciales- sino en TODOS los balcones de los edificios de la calle Callao, con banderas argentinas, aplaudiendo, con lágrimas, al hoy mítico líder. Era imposible no emocionarse con aquella escena. El afecto de todos, sin distinción de partido o de condición. Alfonsín logró eso y mucho más. Con sus aciertos y falencias, este hombre se convirtió en sinónimo de Democracia, de esperanza, de fe. Ayer logró reunir a todo el arco político y a toda la sociedad, en su último viaje, en su último acto.
Como dijo Cafiero, Raúl Alfonsín ya no les pertenece a los radicales. Ahora es de todos los argentinos.
Hasta siempre, don Raúl. Gracias.
Maxi Dries
